Érase que se era que una vez
una niña perdió el sueño
le enamoró en la noche una canción
aullidos de desamor.
"El lobo ha de ser mío, ¡oye mamá!
o moriré en el intento,
por conseguir el suyo soy capaz
de ofrecer mi corazón".
Y se plantó frente al lobo
con su mirada bañada en cielo
"No le temo a la bestia
de que presume, señor feroz,
no me espera mi abuela
ni ando perdida, busco a un cordedo,
al que asoma en sus ojos
tras un aullido de desamor"
"Y guárdese para otras el terror
su pose y sus argumentos
siéntese si es valiente a escuchar
mi historia es mucho mejor,
atrévase si es bravo de verdad,
no morirá en el intento
y si no le gusta el cuento al final,
se cena mi corazón"
"¿Dónde se oyó que un lobo, si es de ley
le tuvo miedo a una niña?
Me tragaré tu historia y al final
me trago tu corazón"
Y saca de una tarrita dulce miel
y se la extendió en el pecho,
fue comiéndose a besos, ya la vez,
pezuñas, orgullo y sed,
y el lobo fue dejándose la piel
en brazos de aquel tormento,
de un "te quiero al oído" de un
"a ver si encajas todo este amor".
Y colorín colorado,
entre suspiros acaba el cuento,
esta historia increíble
de un viejo lobo que sucumbió
devorado en los labios
de la boquita de una princesa
que siguió fiel el pulso
firme latir de su corazón.
Rogelio Botanz
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