Inglés, castellano... y ¡valencià, no!
ANSELM BODOQUE. 12/06/2011 . VALÈNCIA.
A finales del año 1994, cuando los socialistas valencianos agotaban sus últimos meses de gobierno en la Generalitat, tuvieron lugar en el Palacio de Pineda de Valencia, sede de la UIMP, una serie de reuniones entre dirigentes socialistas y el líder del partido anticatalanista Unió Valenciana, Vicente González-Lizondo. El objeto de las conversaciones era conocer si UV apoyaría puntualmente o de manera estable a un gobierno del PSPV-PSOE en caso de perder los socialistas la mayoría absoluta.
No fue necesario. Los resultados de 1995 fueron un desastre para los socialistas. UV llegó a un acuerdo de gobierno con el PP; Zaplana fue elegido presidente de la Generalitat; el PP acabó devorando a UV y los socialistas iniciaron una larga travesía en el desierto en la que parecen querer seguir durante mucho tiempo.
En aquellos encuentros, el líder de UV afirmó con su singular estilo que él tenía claro que el valenciano y el catalán son la misma lengua, pero que el valencianismo debía ser anticatalanista. La anécdota recuerda que apelar al anticatalanismo y a una visión distorsionada de lo valenciano han sido instrumentos esenciales para conseguir la hegemonía ideológica conservadora en la sociedad valenciana en las últimas décadas, mucho antes incluso de que el PP conquistase su actual dominio político e institucional.
Zaplana no modificó las tímidas políticas socialistas sobre el valenciano, incluso impulsó la creación de la AVL para disminuir el ruido sobre la identidad de la lengua. Durante dos legislaturas, Camps tampoco lo hizo. Ahora, Font de Mora, en su despedida como conseller, propone un cambio radical. Aclaremos una cosa, en el actual modelo, no hay líneas en castellano y líneas en valenciano. Las llamadas líneas en valenciano (33% del total de Primaria y 27% de ESO), están formadas por los programas de enseñanza en valenciano y los programas de inmersión lingüística y tienen en torno a un 10% del tiempo de enseñanza en castellano (asignatura de lengua castellana) y otro 10% en inglés (asignatura de lengua inglesa). En el resto de la enseñanza, no hay líneas en castellano, sino programas de incorporación progresiva, donde el valenciano es lengua vehicular de un 25-35% de las asignaturas (dos o más asignaturas), el inglés lo es de un 10% y el resto es en castellano. El nuevo modelo que se pretende impulsar se anunció primero de educación trilingüe y, posteriormente, se ha dicho que sería un modelo bilingüe con asignatura de inglés y que el sistema trilingüe sería voluntario.
Cuatro observaciones al respecto. Primera. La forma, sin consenso ni discusión previa con los agentes políticos y educativos; el momento, durante la campaña electoral y con un Consell en funciones, y el fondo, sin estudios pedagógicos que avalen la medida y desconociendo las habilidades en inglés del profesorado, evidencia un estilo de hacer política autoritario en exceso y con fuertes componentes ideológicos antivalencianistas.
Segunda. La retórica del trilingüismo ha sido una cortina de humo. En nuestro país, la enseñanza de las lenguas extranjeras siempre ha tenido un rendimiento pobre. Ni políticos, ni empresarios, ni sindicalistas, ni educadores tienen un buen conocimiento del inglés por regla general. Es irreal pensar que tenemos un tercio del profesorado en condiciones de enseñar correctamente en inglés, cuando en muchos casos se hace aguas en valenciano y en castellano. Además, por lo que se ha ido publicando, la enseñanza en inglés quedaría limitada a la asignatura de lengua inglesa y a las unidades escolares que voluntariamente quieran y puedan acceder a este modelo, prácticamente como pasa ahora. El objetivo no es, por tanto, que el inglés sea lengua vehicular de un tercio de la enseñanza. Se pretende otra cosa.
Tercera. La medida solo sirve para desmantelar las líneas en valenciano, que se han demostrado el sistema más eficaz para garantizar el conocimiento de esta lengua, y, de paso, debilitar aún más a la escuela pública. En los últimos años, la escuela privada ha aumentado el número de alumnos y los recursos públicos que recibe. Paralelamente, la escuela pública ha concentrado la inmensa mayoría de los alumnos con dificultades educativas, con problemas sociales y los alumnos de origen inmigrante (cerca del 20% de la población escolar, que en un 85% estudia en centros públicos).
Este hecho, y la ausencia de aulas de acogida para inmigrantes y de servicios pedagógicos de atención especializada en número suficiente, ha generado un aumento de las tensiones a las que debe hacer frente la escuela pública. Se ha contribuido, así, a la creciente huida de las clases medias del sistema público hacia el privado. Las líneas en valenciano, en la medida en que atraen a grupos sociales con mayor formación y que la lengua supone una barrera para los inmigrantes, han sido tradicionalmente un espacio con menos tensiones educativas y superior rendimiento escolar dentro de la escuela pública. Sin ellas, es previsible un incremento de alumnos en los centros privados, y un aumento de los, ya fuertes, impulsos segregacionistas y desigualadores del sistema educativo valenciano.
Cuarta. A falta de que el futuro conseller de Educación ratifique la iniciativa, el PP debería ponderar, además de las consecuencias sociales y lingüísticas, los costes políticos. El anticatalanismo como componente de una sesgada definición de lo valenciano tiene su origen en la virulenta transición política a la democracia y en la dura salida de la anterior crisis económica de carácter sistémico, a finales de los años setenta del pasado siglo. Actualmente, vivimos una nueva crisis sistémica en la economía y ésta genera tensiones sociales que están dando lugar a nuevas formas de socialización política. Mucho de lo que ha caracterizado la política desde la transición hasta nuestros días puede ser radicalmente modificado. La desafección política hacia los grandes partidos está aumentando, el malestar social y político también. Hoy lo sufre el partido en el gobierno de España; pero el PP se equivocaría si se creyera inmune.
Las últimas elecciones apuntan a un cambio en el sistema de partidos. Compromís ha entrado, por méritos propios, en el parlamento y, si no comete errores, puede crecer a costa del resto de formaciones. De hecho, el 22-M mostró que ni EU ni el PSPV-PSOE han tocado suelo y que el PP puede crecer pero la capacidad de aumentar su penetración electoral da síntomas de agotamiento; algo que no ocurre con Compromís, con UPyD y, quizás, con la extrema derecha externa al PP. La legislatura que viene será dura. Abrir frentes de desgaste sin beneficio claro será negativo para quien gobierne. Además, puede ocurrir que lo valenciano ya no sea definido exclusivamente con los parámetros de hace más de treinta años. El campo de juego está transformándose y las formas de acción política también lo harán. Históricamente, quien no ve los cambios, acostumbra a sufrir las consecuencias.
font: http://www.migjorn.cat/
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